miércoles, 28 de septiembre de 2011

Amores rotos

La última vez que estuvo sobrio fue cuando ella accedió por fin a verse con él a solas.
Habían pasado cinco años en los que él esperaba discretamente a que saliera de su casa. Iba a los lugares dónde sabía que podría encontrarla. La contemplaba arrobado siempre que tenía ocasión... Y la llamaba por teléfono. Incansablemente. Cuando era ella la que descolgaba, su emoción era tan fuerte que le impedía hablar; entones ella, invariablemente, decía “estúpido” y colgaba el auricular mostrando su furia. Si descolgaba otra persona siempre se mostraban enojados y le pedían que no volviera a llamar o le amenazaban con denunciarlo a la policía.
Pero un día, ella descolgó y esperó paciente a que él hablara.
- Quiero verte - acertó a decirle.
- Está bien, ¿dónde y cuándo? - le respondió ella con aplomo.
- …
- ¿Dónde estás? - preguntó ella impaciente.
- Estoy frente a tu casa.
- Bajo ahora mismo - y colgó.
Apenas se había repuesto de la sorpresa, cuando la vio delante del portal. Se acercó a ella y la vio, por primera vez, sonreirle.
- ¿Qué quieres? - le preguntó desafiante.
- A ti - le respondió con un punto de brusquedad en la voz.
- Ven - le dijo ella tomándolo firmemente de la mano.
Caminó tras ella sin saber que estaba sucediendo, sólo sentía su corazón a punto de estallar. Buscaba las palabras que pensaba decirle y que tantas veces había repetido en diálogos imaginarios.
Siempre guiados por ella, entraron en un portal, subieron al primer piso. La escalera olía a comida y humedad. Con unas llaves que él no había visto, abrió una de las puertas del rellano y entró. Él lo hizo tras ella, pero se paró nada más atravesar el umbral, repelido por un fuerte olor a orines y excrementos de gato..
- ¿Qué te pasa? - dijo ella - ¡vamos! - le apremió entrando en una de las habitaciones.
Él la siguió renuente porque algo le decía que aquello no estaba siendo como el siempre había esperado.
Cuando entró en la habitación la vio medio desnuda.
- ¿Qué haces? - dijo él con una voz que no era la suya.
- ¿No es esto lo que quieres?
- Yo estoy enamorado de ti.
Ella se puso de nuevo la ropa y se dirigió a la salida. Al pasar a su lado le escupió a la cara:
- Eres patético.
No volvió a verla
Nadie volvió a verla.

martes, 20 de septiembre de 2011

Amigos

Le llamaron para decirle que estaba muy enfermo en el hospital y que había preguntado por él.

  • ¿Estás seguro? - preguntó incrédulo.


Hacia más de treinta años que habían dejado de hablarse. Ya ni siquiera podía acordarse del motivo, pero había sido a una edad en la que es difícil arrepentirse, pedir perdón, reconocer que quizás no tienes toda la razón. A partir de ahí siguieron viviendo cada uno por su lado. Se veían a menudo porque sus casas no distaban más de doscientos metros. Sabían el uno del otro por amigos comunes. Pero no volvieron a recuperar su amistad.

No perdió el tiempo. Tardó apenas media hora en llegar al hospital. Estaba en la cama, con los ojos cerrados y respirando con dificultad. Pero, nada más atravesar la puerta, supo que ya había llegado.

  • Sólo estaba esperando a despedirme de ti – dijo en susurro.

  • Ya estoy aquí – logró decir él con la voz estrangulada por el nudo que le oprimía la garganta.


Unos brazos suaves, pero firmes, le apartaron de la cama, mientras un agudo pitido le perforaba el cerebro y un frío desconocido le helaba los huesos.

 

viernes, 16 de septiembre de 2011

Siempre hay una primera vez

Cuando murió, sus compañeros de trabajo fueron al tanatorio. No había familiares, ni amigos. Nadie había enviado coronas, ni ramos de flores. El ataúd estaba cerrado tras los cristales que lo separaban de la sala desierta.

Un hombre mayor, delgado y de baja estatura, se acercó lentamente, entró en la sala y pidió a un empleado que abriera la tapa de ataúd.

Varias personas se acercaron hasta él, pensando que podría tratarse de algún familiar del difunto. Él movió la cabeza de un lado a otro, se encogió de hombros y se dio media vuelta. Todavía dentro de la sala dijo con voz lo bastante alta como para que pudieran oírle los que estaba a su lado:

- Nunca le había visto tan afectuoso.

martes, 13 de septiembre de 2011

Conjuro

Llegó llorando desconsoladamente: se había caído y enseñaba a su madre las rodillas intactas, sólo algo manchadas de tierra.

  • Me duele – decía entre sollozos.


Su madre lo sentó en su regazo, le sopló en las rodillas y le dijo:

  • Sana, sana, culito de rana, si no sanas hoy, sanarás mañana.


Después, con un pañuelo le secó las lágrimas y le limpio la cara.

  • ¿Verdad que ya no te duele? - le preguntó.


El niño la miró a los ojos sonriendo y negó con la cabeza.

  • ¿Puedo ir a jugar?


 ***


Todavía no había ido a su casa, donde le esperaban su mujer y su hijo de pocos meses. No había encontrado fuerzas para darle la noticia: de nuevo estaba sin empleo; otra vez las apreturas, el buscarse la vida para llevar algo dinero a casa.


Pasó antes por la casa de su madre. Ésta, nada más verlo, comprendió que algo grave ocurría. Le hizo sentarse a la mesa y le preparó un café mientras él se lo contaba.


Después se sentó a su lado y, mientras le acariciaba lentamente la cabeza y se tragaba las lágrimas que se empeñaban en asomar a sus ojos, se repetía en silencio: “sana, sana, culito de rana, si no sanas hoy, sanarás mañana”.


jueves, 8 de septiembre de 2011

En algún lugar

Se sentía perdido y desorientado. No sabía precisar si era por la mañana o por la tarde y le invadía ese vértigo que nos acucia cuando no podemos ubicarnos ni geográfica, ni temporalmente.

No conocía a los que acababan de entrar en la habitación y sentía el vago temor de que fueran a hacerle daño.

Notó un pinchazo en el brazo y al poco tiempo, al menos eso le pareció, la luz llenó la estancia.

  • Parece que ha vuelto – oyó que alguien susurraba.


Abrió los ojos con cuidado, para evitar que la luz le cegara, pero la obscuridad era total. No había nadie más en el pequeño cuarto.

En la parte inferior de la puerta se abrió una trampilla y alguien introdujo por ella una bandeja con un plato y una vaso.

Se despertó, la luz de una descarnada bombilla iluminaba la celda. La bandeja con la comida estaba junto a la puerta.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Relaciones personales

Le gustaba exponer sus opiniones públicamente, que los demás supieran cómo pensaba, cuál era su posicionamiento en los temas más diversos.

Creía en la importancia de la comunicación, de las relaciones personales y, por eso, tenía perfil en varias redes sociales, en las que participaba asiduamente.

Pero no le gustaba que le llevaran la contraria, por eso tenía limitadas las opciones, de modo que nadie pudiera rebatirle.

Hoy era un día especial para él, ya tenía dos mil amigos en Facebook.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Equivocado

 De pronto, esa mañana, todo empezó a ir mal. El ascensor le subió al sexto en lugar de bajarlo al portal. El autobús lo dejó en el extremo opuesto de la ciudad. Cuando llamó al trabajo para decir que llegaría tarde la telefonista le dijo que él acaba de salir de la oficina.

Entró en una cafetería para tratar de poner en orden sus ideas y le dijeron que no servían cafés y cuando quiso protestar le echaron a la calle por buscar bronca.

Desconfiando de que el autobús le llevara en la dirección correcta fue caminando hasta su casa. Cuando llegó, comprobó que la llave del portal no abría.

Llamó al timbre y cuando por el telefonillo una voz desconocida preguntó quien era, respondió ”yo”.

“Yo ya no vive aquí”, le contestaron.

Larga experiencia

Sólo cuando los gusanos dejaron sus huesos limpios le permitieron salir a vagar por el mundo de los espíritus. Hasta entonces estuvo confinado en la escuela para fantasmas en la que se aburrió soberanamente porque era un superdotado: había pasado toda su vida mortal practicando.

 

jueves, 1 de septiembre de 2011

Uno de ellos

Salió a la calle convencido de que estaba luchando por algo que valía la pena. Llegó a la plaza de la que salía la manifestación y al ver a todos los que ya estaban allí reunidos sintió que formaba parte de algo importante.

Se situó unos pasos por detrás de la pancarta de cabecera y coreaba las consignas y los cánticos con un punto de emoción que temía pudieran notar los que caminaban junto a él y que le tomaran por un blando. Aunque a él las personas blandas y sensibles eran las que le parecían más auténticas.

Cuando comenzaron a romper escaparates y a apalear a los que estaban dentro de las tiendas tuvo que acallar una voz interior que le decía que aquello no estaba bien. Pero no le costó mucho trabajo hacerlo: otra voz que no reconocía como propia le dijo que no se podían hacer tortillas sin romper huevos.

Cuando todo hubo terminado y la desolación era lo que único que quedaba en las calles por las que habían pasado, se dirigió a su casa todavía con la euforia y la rabia a flor de piel.

En una esquina le detuvieron tres personas. Una cuarta, escondida en las sombras de un portal entreabierto, dijo solamente: “ es uno de ellos”.

Obituario

  Lo vio en la edición digital del periódico local, su fotografía de al menos veinte años antes y a su lado la palabra obituario. No había d...