lunes, 26 de noviembre de 2012

El supermercado


Llegamos a un tiempo al pasillo de la leche y nos acercamos a la vez a la misma marca y al mismo tipo: desnatada. Mientras él intentaba sacar un envase de uno de los paquetes de seis yo cogí un paquete y lo deposité en mi carro.



— Los “singles” nos arreglamos con muy poco —me dijo.



— Nosotros no somos “singles”, somos demasiados —respondí con humor.



Ante la broma, él, por alguna razón, se sintió obligado a añadir:



— Pero no es por gusto —y me mostró su dedo anular de la mano derecha en el que llevaba dos alianzas.



Comprendí de inmediato lo que me estaba diciendo aquel ocasional compañero de compras.



— Vaya, lo siento —dije, algo azorado —. Eso es peor.



— Son cosas de la vida —respondió, con una triste expresión en el rostro que desmentía la resignación que aparentaban sus palabras.



Y continuó hablando mientras yo, incómodo, sin saber qué decir, le escuchaba intentando mostrar un interés que estaba lejos de sentir.



— Nos conocimos cuando ella llegó a mi colegio. Teníamos catorce años y, aunque suene muy manido, nos enamoramos nada más vernos. Y ya nunca nos separamos. Continuamos juntos hasta el final del bachillerato, estudiamos en la misma facultad y empezamos a trabajar  como profesores en el mismo colegio con un año de diferencia. Para mí no hubo otra mujer en mi vida y creo que tampoco hubo ningún otro hombre para ella. Siempre estuvimos juntos, siempre... Hasta el final.



Me miró a los ojos, los suyos estaban al borde de las lágrimas y temí que se echara a llorar. En su boca se dibujó una mueca que parecía querer ser una sonrisa.
Tras unos interminables segundos de silencio en los que yo buscaba sin éxito algo que decir, el hombre se encogió de hombros y empujó su carro de la compra alejándose de mí. Apenas había caminado un par de pasos cuando, sin detenerse, volvió su cabeza hacia donde yo estaba y añadió en un susurro:



- No debí matarla.


domingo, 9 de septiembre de 2012

Por una cabeza

Llevaba varios meses en la ciudad y ya había bajado la guardia cuando la música comezó a sonar desprevenidamente en una calle casi desierta a aquellas horas de la tarde. Su corazón dió un vuelco y, de pronto, el mundo se paró. "Por una cabeza" sonaba en aquel violín callejero como si fuera el primer violín de la mejor orquesta sinfónica del mundo. Ese tango fué la banda sonora de su historia de amor con Laura, de su primera y única historia de amor que había durado quince meses y que le había llenado de nostalgia los últimos treinta años. Aquella misma calle, entonces casi totalmente ocupada por las terrazas de las cafeterías, había sido el escenario principal en el que se desarrolló su historia. En ella se conocieron y en ella pasaron muchas horas hasta que, también en ella, él le dijo que lo suyo había terminado. Desde entonces estaba seguro de ser el único hombre vivo sin corazón.
Sólo había vuelto a Gijón en apenas media docena de ocasiones desde entonces. Llegaba con el tiempo justo para algún asunto de trabajo, sólo cuando no podía eludirlo, y se iba en cuanto terminaba evitando ver nada de la ciudad porque no podía resistir los recuerdos que se mantenían agazapados esperando asaltarlo cuando tuvieran una oportunidad.
No sabía qué le había animado a instalarse en Gijón un mes atrás. ¿Quería que le asaltaran los recuerdos para que el dolor le asegurase que todavía estaba vivo? ¿Tenía la esperanza de volver a verla aunque se lo negara a sí mismo? No lo sabía, sólo sabía que aquella música le había golpeado con sus recuerdos como si le hubieran dado un puñetazo en la boca del estómago. ¡Señor, cómo dolía!
Cuando se recuperó lo suficiente para estar seguro de que no se desplomaría reinició la marcha con el aire decidido de quien ha tomado una decisión trascendental.


jueves, 14 de junio de 2012

Esperando el destino

Llegó a la calle peatonal más céntrica de la pequeña ciudad de provincias, abrió una maleta, sacó un reproductor digital y un altavoz, se sentó sobre éste último y comenzó a cantar canciones que estuvieron de moda cincuenta años atrás.
Vestía pulcramente como cualquier joven de clase media y tenía una voz hermosa y bien modulada que manejaba con destreza profesional. Fue desgranando una canción tras otra en un repertorio inagotable y encantadoramente trasnochado, mientras la mayoría de los que pasaban a su lado la ignoraban y sólo un pequeño número se detenía unos segundos y dejaba alguna moneda en el trozo de tela que tenía a sus pies. En esos casos introducía un susurro de gracias entre la letra de la canción y seguían cantando.
La calle se fue vaciando de gente, recogió su cosas y fue arrastrando la maleta calle abajo hasta la estación de autobuses. Compró un billete para el primer autobús que salía de la ciudad y se sentó en el andén a esperar su destino.


viernes, 18 de mayo de 2012

Sea breve

Por favor, sea breve, dijo… pero la urgencia de sus palabras no disimulaba el miedo agazapado en sus ojos.
Temía que la persona que acababa de entrar en su despacho fuera la misma que lo había llamado hacía seis años y le había dicho: “Algún día, a esta hora, te mataré”. La llamada se reproducía cada día desde entonces y desde entonces su vida sólo era la espera entre dos llamadas. El timbre del teléfono atronó el despacho. El alivio dibujó en su rostro una sonrisa tan fugaz como el resplandor del cuchillo antes de hundirse en su esternón.

lunes, 30 de abril de 2012

Sueños rotos

Siempre quiso vivir cumpliendo las leyes, las normas. Fue lo que aprendió en el colegio, en su familia. Las normas permitían la convivencia. Cuando no había leyes se imponían los más fuertes y oprimían y explotaban a los más débiles.
La democracia, cuánto había admirado a los países democráticos en su juventud, cuando en el suyo no la había, era el sistema político que consagraba la igualdad de derechos y obligaciones, la igualdad ante la ley, la igualdad de oportunidades.
Y conoció la democracia y vivió en democracia y creyó en la libertad y en la igualdad y en el imperio de la ley. Fueron años hermosos, florecientes como su propia vida.
Se casó, tuvo hijos y creía que había conseguido su sueño: tener una familia normal, en un país normal, con una vida normal. Creyó que había logrado su meta: tener un buen trabajo con el que sacar a su hijos adelante, pagar un piso modesto en un barrio modesto, ni muy bueno, ni muy malo, pero algo alejado de aquél en el que había nacido y crecido sintiéndose siempre un poco extraño, como si estuviera allí por accidente.
El sueño se desvaneció un día cualquiera de un mes cualquiera de un año cualquiera, cuando le llamaron a la oficina de su empresa y le dijeron que no volviera al día siguiente, que ya no tenían trabajo para él.
Ese día cualquiera también descubrió que su empresa no había pagado las cotizaciones de la Seguridad Social y que no cobraría el paro.
Primero fue la vergüenza de no poder seguir pagando las clases particulares de los niños o las excursiones del colegio. Después la humillación de pedir prestado a familiares y amigos.
Su matrimonio no pudo aguantar la presión y se derrumbó de una manera tan inexplicable y absurda como si un día la Luna se precipitara sobre la Tierra.
El banco se encargó de arrasar los escombros expulsándolo de su casa, una casa en la que sólo quedaba él: su esposa se había ido con los niños a vivir con sus padres y los muebles y todo lo que tenía algún valor se había convertido en miserables raciones de subsistencia.
Cubierto con cartones el cuerpo y anulado el cerebro con cualquier bebida que tuviera alcohol, se protegía del frío de la noche y del sueño.
El sueño era lo peor, porque cuando se dormía soñaba que todo había sido una pesadilla.

miércoles, 18 de abril de 2012

Malas noticias

El editor lo recibió sentado detrás de su mesa con un gesto en el rostro que el escritor no sabía interpretar. No se levantó y apenas extendió el brazo para saludarlo con una mano blanda que le produjo un rechazo instintivo que se esforzó en disimular.
Esperó de pie a que le invitara a sentarse, lo que hizo después de unos pocos segundos, los suficientes para ser maleducado por segunda vez.
“Esto no puede ir peor”, pensó, “¡quién se creerá que es este patán!”

–Lamento que tengamos que conocernos en estas circunstancias.

–No entiendo...

–Claro, claro –lo interrumpió el editor –. Verá, hace varios meses que recibí su novela. Bueno, usted debe saber bien el tiempo que ha pasado, por supuesto.

Hizo una pausa. Juntó las yemas de los dedos y elevó los ojos al techo.

“Sólo faltaba que ahora se pusiera a rezar”, pensó el escritor; en cuya cara empezaba a dibujarse un mal disimulado enfado.

–No me andaré con más rodeos –comenzó de nuevo –. El caso es que tenía mucho trabajo atrasado y no pude leer su novela hasta hace unos días... Y cuando quise hacerlo me llevé una gran sorpresa. Una muy desagradable sorpresa: el protagonista estaba muerto.

El escritor se puso en pie como un resorte. Su rostro estaba congestionado y los brazos colgaban a los lados de su cuerpo con los puños cerrados con tanta fuerza que los nudillos estaban blancos.

–Tranquilo, amigo –dijo el editor –. Sé que es un golpe duro, pero se repondrá.

–Devuélvame mi novela –masculló con los dientes apretados.

El editor abrió uno de los cajones, sacó la novela, la dejó encima de la mesa con un gesto de repugnancia y, cuando retiró la mano, la limpió disimuladamente en la pernera del pantalón.

El escritor recogió su novela, la hojeó con las manos temblorosas. Dio media vuelta y se encaminó hacia la puerta. Justo antes de salir se volvió.

–Es usted un canalla.

–No pude evitarlo –acertó a decir el editor cuando la puerta ya se había cerrado tras el escritor.

miércoles, 4 de abril de 2012

Érase una vez la crisis: Recuerdos, de J.S. Camarzana

Recuerdos

-¿Te acuerdas, Julián, de este día hace cuarenta años hoy?
-¿Cómo no me voy a acordar?, ja y pensábamos que se acababa el mundo, eh?. Todos esos avisos de los mayas y Nostradamus y el 21-12-12!!! Todos angustiados, no por eso precisamente, sino por la maldita crisis y nosotros sin un euro en el bolsillo y sin posibilidad de tener un trabajo que te dejara algo en la jubilación.
-¡Qué bueno resultó aquello, muchacho! Para mí que el primer paso fue cuando dictaron esa ley por la que el Fiscal General del Estado no fuera designado a dedo sino por los Jueces y Fiscales. Allí sí que lo hicieron bien. Porque nada más nombrar a Pepe de Fiscal General del Estado empezó a meter querellas a todo aquél que había chorizado en el Poder, antes o ahora, con lo que las cárceles estaban a tope de gobernantes y empezaba a escasear quien dirigiera España.
Además se pusieron las pilas los del Poder Legislativo que ya se había convertido en una sombra de sí mismo pues ni leyes dictaba y fue cuando se aprobaron el nuevo delito de “estafar al pueblo” e “incumplimiento de lo prometido” y la pena novedosa de cadena perpetua y nada de salir a los 30 años ni empezar con los permisos de fin de semana, ni nada. Y ya cuando se lucieron es cuando pusieron a trabajar a los parados mientras les salía un trabajo adecuado para ellos, ya que para eso estaban cobrando.
¡Cómo se quedó España! Éramos el ejemplo de toda Europa y de EEUU. Nunca nadie había tenido tantos arrestos. Desde entonces funciona de todo de maravilla.
¡Y que lo digas Tony! ¡Y que lo digas! Pero vamos para adentro que aquí empieza la rasca y si no nos vamos, los celadores nos meten a la fuerza y es la hora de la medicación.

J. S. Camarzana.

miércoles, 28 de marzo de 2012

Érase una vez la crisis: Como todos los días, de José Vte.

Como todos los días

Como todos los días me levantaba a las 7 de la mañana.

Como todos los días me aseaba, me vestía, me tomaba un rápido café con leche, y me preparaba un pequeño bocadillo para el almuerzo de media mañana.

Como todos los días salía de casa, saludaba al vecino con quién coincidía en muchas ocasiones y comentábamos el tiempo que hacía durante el corto trayecto del ascensor.

Como todos los días cogía el coche y al rato llegaba al atasco a la salida de la ciudad, fugazmente nos mirábamos unos y otros, sin saludarnos, pero con la complicidad de quién ya es un conocido a fuerza de verse a diario.

Como todos los días, llegaba a mi puesto de trabajo, saludaba a todos los compañeros y, con algo de pereza al principio, empezaba, un día más, mi jornada laboral.

Hoy y como todos los días, me he levantado a las 8 de la mañana,
Hoy y como todos los días me he aseado, me he vestido con la camiseta y el pantalón de chándal habitual, me he preparado un café con leche, que he tomado lentamente, y he encendido la radio para escuchar las noticias de la mañana
Hoy y como todos los días he despedido con un beso a mis hijas que iban al instituto.
Hoy y como todos los días me he puesto delante del ordenador y para romper la rutina, he decidido escribir este corto relato.

José Vte.

 

martes, 27 de marzo de 2012

Érase una vez la crisis: Recuerdos, de Tony Jiménez

Recuerdos

Te conozco. Recuerdo tu corbata hortera en la que te gastaste más dinero de lo que valía. Tu traje hecho a medida, pagado con un dinero que de verdad crees haber ganado con tu esfuerzo. Recuerdo tus palabras vacías sobre enormes hipotecas que ni tú podrías cumplir. Tus vacuas promesas a pobres ancianos sobre ahorros a plazo fijo. Recuerdo tu falsa sonrisa, que inspiraba tranquilidad y honestidad a pesar de ser palabras de las que seguro desconoces su significado real. Recuerdo tu impecable lenguaje, adornado con términos que piensas sólo conocer tú; vocablos creados por personas de tu calaña para arruinar a gente humilde y poder dormir con tranquilidad al mismo tiempo. Recuerdo tu altanería, sabiendo que en estos tiempos de crisis asesina de sueños y esperanzas estás en el equipo ganador.

Y ahora te veo. Con tus zapatillas de deporte gastadas por mañanas perdidas de pie en la cola del paro. Con camisetas manchadas por bocadillos baratos devorados con ansía sin saber cuál va a ser tu próxima comida. Con el sonido tintineante de unas pocas monedas en los bolsillos de tus vaqueros roídos. Con tu cabeza gacha, ya agotada toda la arrogancia que pensabas infinita. Usando palabras que en otro tiempo avergonzaban a tus oídos aunque no saliesen de tus labios. Sin el poder ya de escupir pactos sin más contenido que el que tú querías inventar. Te veo mendigar junto a aquellos a los que engañaste para acabar en la caja de cartón de al lado.

Al final, hasta los poderosos caen. Y, ¿sabes? No lo siento. Es lo que espero.

Es lo que siempre recordaré.

Tony Jiménez

 

viernes, 23 de marzo de 2012

Érase una vez la crisis: Vuelva usted el mes que viene, de María José Cádiz

Vuelva usted el mes que viene

Toñi llevaba más de tres cuartos de hora haciendo cola en la secretaría del instituto de su hijo: «Esto me pasa por despistarme y esperar siempre a última hora, si me descuido se me pasa el plazo de solicitud de la beca». Claro, que eso parecía que les había pasado a todos. La mujer miraba el reloj angustiada, si seguía así perdería la cita que tenía con el médico para la revisión de su hija pequeña, y no estaban las cosas para bromas, ya le había costado Dios y ayuda conseguirla, vamos, que poco más, y la revisión de los siete años se la hacen a la niña a los catorce: «Cosas de la crisis señora Huélamo, con tantos recortes estamos desbordados». Recordaba las palabras de la secretaria del Centro de ¿Salud?

Toñi tenía una maldita manía; siempre que esperaba muerta de aburrimiento en un sitio le daba por mirar las caras de los que, como ella, compartían espera, entraban o salían y, ¡oh Dios!, las caras de todos los que se marchaban en aquel momento no le gustaban nada.

Al fin, tras una paciente dilación, llegó a pie de mostrador. El ansia viva inundó su cuerpo e hizo multiplicar por dos su velocidad al hablar.

— Buenos días, venía para solicitar la beca de mi hijo, un poco más y se me pasa el plazo —soltó de carrerilla y a punto de ahogarse.

— Buenos días, ya veo que trae toda la documentación en regla, voy a comprobar el expediente de su hijo, Iván Mateos Huélamo, ¿verdad?

— Sí, sí.

El hombre se apartó de allí y al cabo de un rato volvió con una carpeta y un gesto no muy esperanzador.

— Pues me temo que este año lo de la beca lo va a tener muy mal.

— ¿Por?

— ¿Es que no se ha enterado que ahora las becas las van a conceder por las calificaciones de los chicos? Sí, ya no vale eso de que los sueldos no llegan. Cosas de la crisis, es una forma más de reducir, ¿sabe? Y es que Iván, bueno que quiere que le diga de su hijo que usted no sepa, no es precisamente un buen estudiante.

— ¿Cómo? Entonces ahora aunque su padre gane una miseria y nos veamos con el agua al cuello a final de mes, ¿no tendremos beca?

— Pues me temo que no señora, porque además veo que ustedes no son tampoco familia numerosa…

— Un momento, me acaba de decir que esas cosas ya no valen.

— Bueno sí, pero quizá, si fuesen más de familia algo se podría hacer.

— Pues a mí me parece que la manutención de cuatro personas ya está bien, con esos sueldos de pacotilla —dijo la mujer indignada.

Toñi salió cabreada de allí y, para colmo, ya no llegaba ni de coña al médico con Laurita, se imaginaba la cara de circunstancias de la recepcionista del Centro de Salud: «Lo siento señora Huélamo, pero ya no va a poder ser hasta el mes que viene; cosa de los recortes».

María José Cádiz

 

miércoles, 21 de marzo de 2012

Érase una vez la crisis: La cola del desempleo, de Kilili

La cola del desempleo

¡Otro día más en la cola del paro! ¿Y cuántos van ya? ¡Uf, ni los cuento ya! Desde que, la empresa quebró y nos echó a todos a la puta calle… pero, ni un miserable euro nos dio.
Doscientas ochenta y ocho personas a la calle. La inmensa mayoría, casadas y casados con hijos y muchas deudas que pagar. Sin embargo, aquí estamos la mayor parte de nosotros, en la cola del desempleo y… ¡Jugando! (¡Sí, jugar, leíste bien!). Hicimos todos, una promesa; según vayamos muriendo de hambre, se sorteará al muerto entre todos los de la cola. Y aquí estoy…
Esperando a ver si hoy me sonríe la suerte y llevo algo de carne a casa.

Kilili

 

lunes, 19 de marzo de 2012

Érase una vez la crisis: Malhechores, de Ricardo Corazón de León

Malhechores

Estoy cansado, cansado y aburrido. Voy por las calles caminando sin ningún destino final. Vagabundeo con las manos en los bolsillos y dándole patadas a las latas vacías que nadie recoge porque los barrenderos, basureros y demás están en huelga.
Lo que más me cansa es ver siempre los mismos carteles, en todas las casas, es como un mantra, una repetición, una oración… ¡MALDITA CRISIS!


Ricardo Corazón de León

 

domingo, 18 de marzo de 2012

Érase una vez la crisis: Los ricachones, de Arturo Fraga Salazar

Los ricachones

Hace ya tiempo que no tengo trabajo, ni nadie que yo conozca. Entendiéndose por trabajo el que se declara al Fisco y el que paga impuestos. Soy extremadamente feliz y nunca jamás en mi vida hubiera creído posible que llegara a juntar tanto dinero. A ver, yo soy un obrero de la construcción, albañil, vamos y, claro, cuando sucedió lo de las inmobiliarias, me quedé sin trabajo por la llamada “burbuja inmobiliaria” que ni sé lo que es ni me importa.
Como llevaba años trabajando me dieron el paro y de esto sobrevivía intentando en el INEM una y otra vez, obtener un trabajo. La gente decía que estaba loco si creía que iba a encontrar trabajo así. Pero qué otra cosa podía hacer. Buscaba y buscaba con los anuncios en la prensa pero no encontraba nada. Me trasladé a vivir a un pueblo de Valencia de donde es mi cuñado casado con mi única hermana y en el que tiene un pequeño apartamento. Allí se trasladó mi expediente del paro, puesto que me quedé sin casa por ejecutarme la hipoteca el banco. Yo no entiendo muy bien esto, ni cómo ha sucedido. Mi abogado ha dicho que todo esto es correcto y que no hay nada ilegal. Pero ¿cómo puede ser legal que yo haya pagado por un apartamento pequeño 100.000 € durante años de hipoteca, que este cuchitril costaba 100.000 € y que me lo han quitado para el pago de la hipoteca y todavía siga debiéndole dinero al banco? No sé si será legal o no pero no creo que sea justo.
Como mi hermana me prestó su casa para vivir y no pagaba nada se me ocurrió que podía hacerle la obra que tanto soñaba ella: alicatar la cocina entera tirando un muro y otro para unir la cocina al salón y que les quedara un gran salón comedor y cocina. Les hice un murete de mampostería como ella me pidió para tener una cocina de lujo como sale en las grandes revistas. Por supuesto, que mi cuñado y ella me pagaron todos los materiales y se pusieron contentísimos con mi agradecimiento. Vinieron varias veces a verlo, lo fotografiaron, vinieron otros vecinos y amigos de ellos y entre lo que yo hablaba en el bar y esa gente, me fui haciendo una clientela que me daba mis buenos dineros. Yo, al principio, pensé en darme de baja en el paro y de alta en la seguridad social como autónomo, pero las personas que me contrataban no querían pagar el IVA, si yo no cobraba el IVA, cómo iba a pagar Hacienda? Y además, así era mucho más fácil y más lucrativo.
Tengo muchísimos trabajos encargados. Soy mi propio jefe, tengo mi horario, cobro caro pero mi labor la realizo con gran perfección.
Ahora ya tengo dos ayudantes a los que les pago “en negro” como dicen aquí y están muy contentos. Ellos tampoco declaran a Hacienda. Además, en las empresas que compro los materiales también me los venden sin IVA, así que eso que me ahorro y les cobro a los señores que me encargan los trabajos. Me he comprado una furgoneta Mercedes-Benz, último modelo y a tocateja y me han hecho tantos descuentos que casi me la regalan porque no venden ni un triciclo.
Yo tengo la conciencia tranquila porque al fin y al cabo yo me gano el sustento y la nueva casa en la que vivo (que me costó bien barata, ya se sabe, la crisis) con el sudor de mi frente. Hay muchos compañeros que también lo hacen así. Son electricistas, fontaneros, jardineros, pintores, etc…Y viven tan bien como yo o más. Aquí nadie investiga a nadie. Además cuando vienen las inspecciones a los sitios que yo conozco, a las empresas, les avisan previamente por teléfono y ese día están todos los que tienen que estar y desaparecen los que no deben. Claro que al de la llamada le pagan un “plus”, pero, claro, todo tiene un precio, no?
Ahora, yo con lo que no comulgo es con ese gran grupo de vagos que no trabajan y se dedican, como dicen ellos, a “moldear su cuerpo”. Hay deportistas que están cobrando incluso por su participación en los partidos, eso está bien, se lo han currado, y los ciclistas también por los tours. Hay muchísimos de estos que no trabajan pero que son los tipos más guapos, dicen ellos. Se hacen fuertes, hacen pesas, corren todos los días, siempre están morenos porque van a la playa diariamente y sus señoras se mosquean porque las chicas les miran en verano y en invierno. Nunca he visto vagos tan bien pagados y tan bien vestidos. Y la gente trabajadora como yo, vivimos mucho mejor que nunca y llevamos trajes de 1000 € en las comuniones, bautizos, bodas y entierros.
Ahora me he convertido, según me dicen, me sonrío, en el soltero de oro y hay una gran cantidad de chicas que me tiran los tejos… No sé qué empeño tiene todo el mundo en hablar de crisis en todas partes… Nosotros los parados, nunca hemos vivido mejor: los que trabajan y los vagos, todos.

Arturo Fraga Salazar

 

sábado, 17 de marzo de 2012

Érase una vez la crisis: Condenados, de Patricia Nasello

Condenados

Creo recordar que fui a su casa un día de invierno. Vi que él estaba solo, sin la compañía de sus amigos de siempre.
—El otro se los llevó —dijo.

Supongo que era junio o julio porque si hago memoria, siento un frío de escarcha cubriéndome los pies. Es posible que yo anduviese buscando las huellas del rapto en esa escarcha, que continuara mi pesquisa dentro de los galpones, escarbando entre las herramientas en desuso. Es posible que caminase hasta los viejos portones de la fábrica abandonada. No sé si fue un delirio pero entonces a mi lado pasó un ser compuesto solo por una cabeza humana de la que salía un vientre enorme —como si el monstruo estuviese preñado— de su ombligo surgían hombres diminutos vestidos de traje y corbata; trotaban a su lado procurando que la bestia no los pisoteara. Tanto esfuerzo elegante causaba gracia. Creo que reí.
Creo que grité mi desconsuelo.

Una mañana el otro vino por él. Era verano. Tomé una piedra, con un cincel grabé su nombre. Y las palabras de costumbre: "otro más."

Patricia Nasello

 

viernes, 16 de marzo de 2012

Érase una vez la crisis: A la deriva, de Patricia Nasello

A la deriva

Cuando le quitaron el trabajo tomó la costumbre de salir a caminar sin rumbo.
—Perdió la cabeza! —se burlaban los pibes del barrio.
De tanto en tanto pasaba al lado. Siempre creí que desde el suelo, aquellos labios abiertos en una sonrisa inútil y reseca, aquellos ojos vidriosos reclamaban su atención. Nunca pareció reconocerla.

Patricia Nasello

 

jueves, 15 de marzo de 2012

Érase una vez la crisis: Pipas, de Isabelle Lebais

PIPAS

Hoy no hay bocatas ni cena rápida con los amigos, un café, un paquete de pipas y a pasear.
-Vale, pero nos ponemos guapos y vamos a ver escaparates, que estoy un poco hartita de pasear por el parque; desde que perdimos el trabajo es lo único que hacemos.
-De acuerdo hoy cambiamos la ruta.
-Anda!!! Pero si han cerrado "modas Merino" que disgusto!! Una tienda de toda la vida.
-Sí, es verdad aun recuerdo cuando venía con mi madre qué pena!! Por Dios!!
-Ohhhh !!!! Y la ferretería de Francisco!!!
-Anda!! Ni me había fijado !!! Pero si hace nada que pase por aquí y aún estaban.
-Esta puñetera crisis!!! Nos esta hundiendo la vida .
-Mira esta es nueva!!! Qué es?? Es enorme!!! Y hay de todo !! Joder!! Si es un CHINO!!!
-Cariño, mañana paseamos por el parque.
-SI !!
-Será lo mejor.

Isabelle Lebais

 

Érase una vez la crisis: Con la muerte en los talones, de Lindastar

Con la crisis en los talones

-Buenos días. Dígame usted - ha dicho el tipo de bata blanca tras invitarme a tomar asiento en una silla situada frente a su mesa- diseño italiano, ¡faltaría más!- todo pagado gracias al dinero de mis impuestos, y del de todos los contribuyentes, mientras que los muebles del forzoso minimalismo de mi hogar no pueden ser nada más que de Ikea... ¡Tócate los calabacines! he pensado.
-Buenas. A ver por dónde empiezo...Llevo varias semanas con un dolor en la planta del pie que irradia hacia el talón y que, en ocasiones, asciende por el muslo hasta llegar a la cadera. Soy dependienta, estoy horas y horas sin sentarme, y así no puedo seguir, doctor - he intentado resumir mis males para no excederme del tiempo adjudicado a cada paciente.
-Vamos a ver ese pie- ha dicho, cortando mi discurso, después de mirar de reojo su reloj. -Descálcese y siéntese en esa camilla, por favor.
-Palpo un bultito que, de entrada, no parece preocupante. En el hipotético caso de que lo fuese, más adelante haríamos una ecografía. Vayamos por partes... Para arreglar, o al menos aliviar estas molestias, hará unos ejercicios que ahora le explicaré. Como segundo paso, le recomiendo la visita a una eminencia en la ortopedia -a la que van afamados deportistas- que tiene su consulta en Biarritz. Adelantándome a su pregunta, le informo de que sus precios son absolutamente anti crisis- ¡No podía creerlo!... Mi médico de cabecera proponiéndome un viajecito sanador a cuenta de mi mísero sueldo. ¡Ese individuo me veía cara de pánfila, estaba claro!
-Saltémonos a la madame milagrosa y centrémonos en los ejercicios, que seguro que serán más asequibles- Le espeté con cierta ironía conteniendo una incipiente mala leche.
-Estupenda elección, sra. Guindo. Entonces, paso a explicarle el ejercicio: Cómodamente sentada hará rodar una botella, durante unos veinte minutos, apoyando suavemente su pie sobre ella. ¡Verá qué mejoría!
-¿Y la ecografía? - he preguntado inocentemente.
-La dejaremos como último recurso. Iremos de lo sencillo a lo complicado, por este orden: botella, Biarritz, tal vez homeopatía, y en el peor de los casos, ecografía- ¡Ay, mi madre!, la dichosa ecografía me la van a acabar haciendo del hígado porque terminaré dándome al jarrillo... ¡¡Esto es el colmo!! he pensado mientras notaba como el humo salía de mis orejas y de mi nariz.
-Vivo en Alcorcón y soy vendedora, no deportista. Pago religiosamente mis impuestos aquí, así que quiero que me traten aquí. Le digo también que iré a Francia cuando pueda permitírmelo y a mí me de la real gana, ¿me explico?... Pienso recompensar su atención trayéndole, mañana mismo, media docena de pepinos para que los utilice como mascarilla anticrísis o, mejor aún, para que se los meta por dónde más le plazca, ¿le parece bien?...¡¡Buenos días tenga usted!!- Y de un portazo he salido con un dolor insoportable pero casi a la carrera -¡qué remedio!- de un centro de salud pionero en diseño y con personal aleccionado en economía.

( Nota: Basado en hechos "casi" reales)

Lindastar

 

martes, 13 de marzo de 2012

Érase una vez la crisis: La felicidad de Lidia, de Mercy Flores

La felicidad de Lidia

Vivía en un piso pequeño y ruinoso donde el techo goteaba cada vez que llovía. No tenía familia y su trabajo era tan precario que no le llegaba ni para la cena. Pero Lidia era feliz. Y todas las tardes, cuando llegaba a casa, se sentaba en su destartalado balcón, con una humeante taza de café y pintaba el cielo de inimaginables colores, inventaba sabores nuevos e imaginaba extraordinarias historias de todo aquel que veía pasar bajo sus pies.
Lo que ella no sospechaba es que en el balcón de al lado la observaba Jusepe, un joven guapo, alto y muy rico, que cansado del interés que su fortuna causaba en la gente decidió refugiarse en aquel miserable barrio. Él, que la observaba a diario, no podía entender como aquella chica parecía tan feliz. La seguía a todas partes, incluso a su trabajo, donde contempló los abusos a los que era sometida; y un día, armado de valor, decidió esperarla en el portal, porque en silencio y en soledad Jusepe se había enamorado de aquella risueña joven. Ella, al verle, sintió lastima por él, era tan guapo y tan delgado, pero estaba claro que no tenía para comer, así que sacó la única moneda que tenia y se la dio. Jusepe no aceptó, pero le dijo que aceptaría un café; y desde ese día están sentados los dos juntos en su destartalado balcón.
Ella le pinta el cielo de maravillosos colores y le cuenta todas las historias que hoy inventó. Con una taza de café, bombones e ilusión comparten por siempre la ilusión y el amor; eso sí, regado con champán y fantasía.

Mercy Flores

 

Érase una vez la crisis: La alcantarilla, de Mercy Flores

La alcantarilla

Un día abrió sus manos y de ellas solo salían penas, todo le salía al revés, perdió el trabajo que tanto amaba, perdió su casa, perdió a su amor y se lamentó hasta quedar exhausto y lloró hasta que sus ojos se hincharon tanto que casi no los podía abrir, era la triste vida de Isaías.
Deambulo por las calles tanto tiempo que no sabría decir, durmió y comió en albergues sin saber que día era ni que hora, que importaba ya, Isaías solo pensaba en su desgracia y no se percataba de nada más, hasta que un día cayó en una alcantarilla que estaba mal tapada, se partió un pie había caído más de 3 metros de profundidad, sentía un dolor intenso y estaba en total oscuridad, maldiciendo se pasó las horas, gritando y desafiando a dios.
- MATAME YA SEÑOR.
- CRUCIFICAME A MI TAMBIEN.
Pero a lo lejos escuchó un chirrido horrible y pensó que algún animal venia a devorarlo y se preparó para la peor de las torturas, se imaginó devorado por ratas hasta la muerte o mordido por perros salvajes hasta que lo desmembraran pero en lugar de un animal lo que apareció ante sus ojos fue una sucia niña que no podía caminar y como silla de ruedas utilizaba un camionsito de juguetes muy viejo que chirriaba hasta destrozarle los tímpanos, atónito escuchó la historia de la niña, había nacido allí decía ella pues su madre la tiró desde lo alto de la alcantarilla nada más nacer para que muriera y un vagabundo la había criado, nunca había visto la superficie, comía ratas e insectos, se llamaba carbón o eso le había dicho el vagabundo antes de morir y no cabía duda alguna era la niña más feliz que Isaías había conocido nunca.
Se sintió tan avergonzado de que aquella criatura que vivía solita que nunca había visto el sol, ni el mar, ni todas las maravillas que el mundo ofrece fuera feliz y que él un hombre sano que había sido amado y querido no lo fuera era imperdonable.
Entablillo su pierna y decidió salvar a carbón de aquella vida y nunca más lamentarse de su suerte y en ese instante de sus manos brotaron rosas que fueron cubriendolo todo eran tantas y crecían tan rápido que pudieron trepar por ellas sin ningún esfuerzo hasta salir de aquel lugar, la gente les observaba asombrados y cada vez que Isaías abría sus manos para saludar a los que miraban brotaban rosas de ellas y todo el mundo pensó que era un poderoso mago pero Isaías sabía que Aquí la única verdadera maga era carbón pues él intentó salvarla pero fue ella la que le salvó a él.
Hoy viven juntos en una humilde casa y todo el dinero que sacan por el don de Isaías lo donan para las personas más necesitadas.

Mercy Flores.

domingo, 11 de marzo de 2012

Érase una vez la crisis: Perra vida, de Amando Lacueva

Perra vida

Lo siento colega, pero ya son tres meses que me traes lo mismo para comer. Si por lo menos los huesos tuvieran algo de chicha, pero es que por no tener no tienen ni tuétano. Me tienes hasta el hocico. Por si no lo sabes, también me gustan las zanahorias, así que por unos céntimos podías haber echado al puchero un puñadito de algo, para darle consistencia, digo yo. Me tienes toda la vida acostumbrado al solomillo y ahora, de golpe y porrazo, zás, huesos para rosigar. No me mires así, con esa cara de pena, y espabila, pasmao, que eres un pasmao. Deja de lamentarte y haz algo. Si verdaderamente te importo, tienes que cambiar de actitud porque nuestra relación se está haciendo insoportable.
Mira Cristóbal, eres un buen hombre, y te tengo cariño, pero yo no tengo la culpa de que te hayan despedido y que el subsidio te lo hayas merendado en un plis plas. Tienes que salir a buscar un empleo. No podemos seguir así, de verdad. Yo pensaba que estaríamos toda la vida juntos, que envejeceríamos. Tú cuidarías de mí y yo de ti, pero si no lo solucionas voy a tener que abandonarte, y no es una decisión fácil, te lo aseguro.
Estás todo el día deprimido, lloriqueando, tumbado en el sofá sin afeitarte siquiera, das pena, macho. Hace semanas que no me sacas ni siquiera al parque a que juguemos con los críos. No sabes lo importante que es para mí jugar a la pelota, es mi mida. Ver a los zagales columpiarse y sentir sus manitas en mi cuello cuando me agarran e intentan quitarme la pelotita.
¿Y ahora qué pasa? ¿Qué te están contando por ese aparatito infernal? Pero si creí que te lo habían cortado. No me mires así. Serán chivatos. Pues sí, que lo sepas, Lo del otro día fui yo. Cuando me dejaste solo en la escalera, me cogió un pronto y me cagué en la puerta del director del INEM, además con la descomposición que arrastro seguro que el tío estuvo tres días echando papilla. Es un jodido pedante que siempre intenta darme patadas. La vecina de arriba, pues tiene razón, cuando se descuidó me tiré a su perrita, tan dócil y sumisa. Y no me importa que sea la presidente de asuntos sociales, total, para lo que hace por nosotros. Sí, también fui yo quien se meo en las macetas de la entrada del edificio, que se joda la alcaldesa por plantarlas y que se dedique a cultivar hierba. Esa imbécil fue la que con sus recortes te dejó sin la ayuda. Y el director del BBVA, pues que tenga cuidado. Le enganché por la pantorrilla, por gilipollas y da la vida que me separaron aquellos desgraciados, si no le hubiera arrancado el remo por pretender embargarte. Y ahora que he sido sincero, dime. ¿Me vas a sacar a pasear al parque a jugar con mi pelotita, o tengo que escaparme y dejar preñada a la puta Séter Irlandesa del quinto? Por mí, como si fuera la mascota del presidente de la Diputación. Anda, no jodas, ¿lo es? Perra vida.

Amando Lacueva

 

sábado, 10 de marzo de 2012

Érase una vez la crisis: Sequía por goteo, de Arte Pun

Sequía por goteo

Eufemio cae en una depresión, una más. Sobrevive y cae en una euforia personal, irreal, una menos. Ya más tranquilo, se despierta en la cola del banco para pagar los recibos del mes. No tiene para todos, este mes dejará de pagar el agua. Y vuelta a la calle. Se planta. El disfraz de hombre maceta se lo regaló un amigo que se marchó a Brasil. Hace ya tiempo que no le brota nada, él no lo aprecia, pero se está marchitando.

Arte Pun. Blog: http://codivergencia.blogspot.com

viernes, 9 de marzo de 2012

Érase una vez la crisis: Showroom, de Ana Martínez

Showroom

La performance tiene lugar en un callejón  sobrio, oscuro y decorado con cartones. Al fondo hay un hombre que descansa bajo enormes bolsas de Habitat. Tiene la cabeza apoyada sobre una caja de cartón, toda de Tod`s. Una de sus manos se acurruca para esconder la cara, que como la mano, está algo sucia,  lo que le da un toque vintage. No podemos observar su ropa porque está cubierta por las bolsas, pero si que vemos asomar los pies, abrigados por calcetines que fueron blancos y unos Crocs con un pequeño orificio en la planta, que permite mostrar parte del calcetín. Este estilo que hemos dado en llamar "Neohomeless",  hace un guiño a la nueva gente corriente y será el estilo más imitado este otoño. Quizás también el siguiente.

Ana Martínez

 

lunes, 5 de marzo de 2012

La reunión de los lunes

Subió al despacho de su jefe para la reunión de los lunes. Ambos llevaban muchos años trabajando juntos y siempre empezaban la semana con una reunión a primera hora. Hablaban de lo que habían hecho el fin de semana, con el tiempo llegaron a tener la suficiente confianza para hacerse confidencias más propias de dos viejos amigos que de dos compañeros de trabajo. Después, Juan ponía a su jefe al corriente de lo que ocurrían en el departamento y éste le contaba lo que podía de lo que se cocía en las alturas. Por último, planificaban la semana.
Esa mañana no encontró a su jefe en el despacho. Supuso que no tardaría, así que se sentó en una de las sillas a esperarlo, mientras repasaba las notas de su agenda. Casi todo era de rutina salvo el tema de Vega, el de proyectos, era hora de tomar una decisión, que era la forma de decir que ya había decidido despedirlo.
Miró el reloj. Ya eran las nueve y Enrique no había aparecido. Le llamó, el móvil estaba apagado o fuera de cobertura.
Echó un vistazo al despacho y, por enésima vez, pensó cuánto le gustaría a él ocuparlo y cuánto tardaría en hacerlo. Un informe al lado del ordenador le llamó la atención. Enrique no le había dicho nada de que hubieran contratado a una consultora.
Rodeó la mesa para que la puerta le quedara de frente y no pudieran sorprenderlo curioseando.
La primera hoja del informe tenía un título inequívoco: “Dimensionamiento plantilla operativa”. La segunda hoja recogía la plantilla de su área.
Miró a la puerta para asegurarse de que no había nadie que pudiera verlo y pasó a la siguiente página.
“De acuerdo con la plantilla establecida para su área, indique en la siguiente tabla los nombres de las personas que, a su juicio, deberían ser excedentes”.
Los nombres estaban escritos a mano por la inconfundible letra torturada de Enrique y el primer nombre de la tabla era el suyo.
Tuvo que apoyarse en la mesa porque sus piernas se negaban a sostenerlo. Se aflojó el nudo de la corbata y se limpiaba el sudor de la cara cuando Enrique entró en su despacho.
—Hola. ¿Hace mucho que estás aquí? —le dijo, mientras descubría el informe abierto al lado de Juan.
—Acabo de llegar —respondió.
—Una reunión de emergencia — dijo, a modo de disculpa—. Siéntate, tenemos que hablar.
Sacó la cajetilla de tabaco del bolso de la chaqueta y encendió un cigarrillo. Después la arrojó sobre la mesa y le dijo
—Sírvete —dio una larga chupada a su cigarrillo—. No te preocupes, a mí ya no pueden despedirme.
—¿Te han echado?
—Sí. Esos cabrones me dijeron que les llevara hoy a primera hora el informe de la consultora cumplimentado y, tras entregárselo y discutirlo durante media hora, me dijeron: “nosotros también hemos cumplimentado el nuestro y, lamentablemente, tu nombre aparece entre los excedentes” —dio otra calada a su cigarrillo y señaló la cajetilla—. ¿Seguro que no quieres uno?
Juan lo miraba fijamente, sin pestañear, mientras Enrique tenía la vista perdida en el techo.
—¿No vas a tener los cojones de decírmelo? —dijo por fin.
—¿Decirte qué?
—Venga, no disimules, joder —se levantó, cogió el informe y agitándolo ante la cara de su jefe, continuó—. Sabes que lo he leído. Sabes que he visto mi nombre escrito de tu puño y letra.
—Cálmate Juan. A mí ya me han largado, dentro de una hora tengo que haber dejado esta mierda y tú todavía estás aquí.
—¿Qué quieres decir? —en la voz de Juan apareció una nota de esperanza.
—Nada. Sólo que a ti nadie te ha dicho nada todavía —apagó el cigarrillo y se puso en pie—. Vuelve a tu mesa y espera. No creo que vayan a hacer ningún caso de mi informe, así que seguramente tendrás más suerte que yo.
Tras unos segundos de duda, Juan abandonó el despacho sin decir nada. Enrique cerró la puerta, cogió el teléfono y marcó un número interno.
—Acaba de ir para su mesa.
—… …
—Sí, lo vio. Cuando llegué estaba al borde de la apoplejía.
—… …
—No. Le dije que me habían despedido.
—… …
—De nada. Es trabajo.

viernes, 24 de febrero de 2012

En manos del azar

No supo cómo había llegado allí, ni cómo había frenado el coche al borde del precipicio, pero cuando abrió los ojos estaba aferrado al volante y ante él el abismo y un abatimiento en el alma que casi dolía.
Los recuerdos fueron llegando lentamente: la inesperada llamada de aquel amigo que hacía años que no veía, su invitación a tomar una caña después del trabajo, su empeño en verse en una cervecería demasiado alejada.
Tenía que haber sospechado, pero él nunca sospechaba.
La vida me ha tratado demasiado bien, por eso soy confiado, le decía a Rosario cuando ésta le reprochaba que siempre pensara bien de todo el mundo.
Rosario.
La vio nada más llegar y su vida saltó hecha pedazos. De algún modo recorrió media ciudad para llegar a su casa, coger el coche y conducir hasta donde se encontraba ahora, no sabía si lejos o cerca, no reconocía el paisaje, la luz del atardecer había apagado los matices y en el horizonte no podía distinguir nada que le sirviera para orientarse.
El reloj del salpicadero le dijo que habían pasado tres cuartos de hora desde que había tomado conciencia de si mismo, pero seguía desorientado, sin saber qué hacer.
Pasó un cuarto de hora más y en su boca apareció una mueca que él quiso notar como una sonrisa.
Pisó el pedal del embrague, puso punto muerto y quitó el freno de mano. Pasó casi medio minuto antes de que el coche comenzara a rodar muy lentamente.

viernes, 27 de enero de 2012

Aparentando calma

Caminaba con paso decidido, a veces no podía evitar correr, pero se controlaba cuando notaba las miradas extrañadas de las personas con las que se cruzaba. Ya no era ningún joven, vestía traje y corbata y no parecía el tipo de persona que va corriendo por la calle.
Pero su impaciencia crecía con la misma rapidez que disminuía la distancia a su destino y, sobre todo, el valor para llevar a cabo su propósito.
Antes de doblar la esquina se detuvo, recuperó el aliento, se atusó el pelo, recolocó su ropa y, respirando profundamente, se acercó despacio al local en el que sabía que la encontraría.
La buscó desde fuera, a través de los cristales. No había mucha gente en la cafetería a aquellas horas, así que no le resultó difícil verla sentada a una de las dos únicas mesas que estaban ocupadas. Frente a ella estaba su amigo de alma, el compañero de toda la vida desde que se conocieran a los tres años en la escuela. Siempre juntos, siempre colegas. Él responsable, estudioso, formal. Su amigo era el contrapunto, aprobaba por los pelos, siempre dispuesto a gastar una broma, siempre dispuesto a hacer cualquier cosa que no fuera estudiar.
Ya adultos, él terminó su carrera, sacó unas oposiciones y se casó con la novia de toda la vida. Bueno, toda la vida salvo los periodos en los que había sido novia de su amigo.Pero, finalmente, él fue quien se casó con ella.
Su amigo había rodado un poco por la pendiente y en más de una ocasión no logró mantenerse en el lado correcto de la línea. Pero siempre había conseguido salir adelante.
A él se le abrieron los ojos un día que su mujer dejó el móvil en la mesa mientras iba al baño. Llegó un mensaje, él miro instintivamente. El mensaje era de la operadora, pero no pudo evitar ver los que le antecedían; eran de Jorge, dos, tres. Cogió el móvil, cuatro, cinco. Todos los mensajes eran de su amigo.
Miró hacia la puerta del baño y abrió uno de ellos: “te echo de menos”. Abrió uno más: “a las 9 donde siempre”. Y un tercero: “te quiero”.
La vio venir por el rabillo del ojo. Dejó el teléfono con disimulo y boca abajo para que ella no viera la pantalla iluminada. Desde entonces empezó a planear lo que haría.
Después de pensar todas las venganzas posibles: matarla, matarlos, matarse, las dos cosas, decidió que no tenía valor para nada de eso.

Y, por fin, allí estaba, a punto de abrir la puerta y entrar en la cafetería.
Ellos estaban sentados de tal forma que pudo acercarse sin que le vieran. Llegó casi hasta su mesa y en una última zancada se plantó ante ambos. Ellos le miraron sorprendidos.
- ¡Sois unos cabrones! – les dijo, y se sintió estúpido, él nunca decía tacos y en su boca sonó ridículo.
Ella abrió la boca para decir algo, pero antes de que lo hiciera él la detuvo con un gesto de su mano. Después, se dio media vuelta y se alejó caminando lentamente aparentando una calma que estaba muy lejos de sentir.

domingo, 22 de enero de 2012

Finalizó "Con un trozo de tiza y un cuchillo"

Hoy cierro esta iniciativa que comenzó el treinta de octubre y que se prolongó hasta hoy, mucho más allá de la fecha prevista, debido a que seguían llegando colaboraciones.

Pero en algún momento hay que terminar y ahora es un momento tan bueno como otro cualquiera.

Es posible que más adelante surjan nuevas iniciativas para participar con relatos, reseñas, noticias relacionadas con la literatura, etc.

Sin embargo, os invito a todos los que escribís, leéis o reseñáis a enviarnos una nota con el enlace a la página donde se ha publicado vuestro relato, donde publicitáis vuestra novela o donde escribís vuestras reseñas para que demos cuenta de ello en el Blog de Ebude.

También podéis enviarnos vuestras novedades: publicación de vuestra novela, salida a la venta en una librería digital, etc.

En fin, que este Blog de Ebude se pone a vuestra disposición para hacerse eco de vuestras novedades.

 

lunes, 16 de enero de 2012

Ella nos cuida, de Isabel Lebais

Isabel Lebais ha enviado un nuevo relato para colaborar en "Con un trozo de tiza y un cuchillo". En esta ocasión es un relato con un contenido mágico y que parece ser un homenaje a una amiga perdida.

Ya sabes, todos los relatos puedes leerlos pinchando en este enlace.

 

 

sábado, 7 de enero de 2012

Noche de Reyes

Salió a la calle una hora antes de que comenzara la Cabalgata de Reyes. Le gustaba ver las calles llenas de gente, los padres y abuelos con los niños, oír retazos de las conversaciones.

- Tienes que portarte bien…

- Debes gritar fuerte para que te oigan…

- Eso no lo has puesto en la carta…

En los niños aumentaba la ansiedad y la impaciencia y en los padres crecía la ilusión que creían haber perdido.

Dio un largo paseo empapándose del ambiente mágico de ese día y luego regresó lentamente a la esquina en la que solía ver la Cabalgata en los últimos años.

Se quedó apartado, pegado a los edificios, no quería molestar; ese día los niños tenían preferencia absoluta.

El griterío aumentaba a medida que los tambores y la música se acercaban y se hicieron ensordecedores cuando los Reyes llegaron a su altura.

- ¡Grita fuerte, hijo! ¡Gaspaaaar!

- ¡Me ha mirado! mamá, ¡me ha mirado!

Las caras arrobadas de los niños le hicieron recordar los años en los que él iba con sus hijos o, algo más reciente, con sus nietos.

Apartó con la mano los recuerdos que habían nublado ligeramente sus ojos y siguió observando aquel heterogéneo desfile: soldados, pastores, músicos, personas ataviadas con los trajes regionales… Cuanto más disparatado resultaba el conjunto más efecto parecía tener en los niños que contemplaban todo como propio de la noche mágica que les habían prometido.

Cuando hubo terminado, se quedó un tiempo viendo cómo la gente se dispersaba en todas direcciones. Después, emprendió lentamente el camino a su casa.

Se detuvo en una confitería y poniendo en peligro su economía mensual y su salud compró el roscón de reyes más pequeño que tenían. Lo de la salud no tenía mucho arreglo, pero la economía la parchearía alargando ese roscón para el desayuno de toda la semana.

Ya en su casa, le alivió del frío reinante la entrañable atmósfera creada por las luces del árbol de Navidad que, a pesar de su temor a un cortocircuito y al próximo recibo de la luz, había dejado encendido para no encontrar el piso tan vacío.

Calentó un vaso de leche en el microondas y le añadió un poco de cacao que apenas tiñó el líquido. Cortó dos dedos de roscón y después de rebañar la crema que quedó en el cuchillo lo fue comiendo muy lentamente, saboreando cada pequeño bocado.

Cuando hubo terminado, se quitó los zapatos y los limpió muy cuidadosamente, como siempre, cuando niño, le decía su madre antes de ponerlos bajo el árbol. Ella le decía que debían estar muy brillantes, pero los suyos ahora hacía ya mucho tiempo que habían perdido el brillo para siempre.

Fue hasta el salón y los colocó bajo el árbol. Después dejó una jarra de agua y un poco de azúcar para los camellos y el roscón, por si a los Reyes les apetecía comer un poco; aunque rezó para que no lo hicieran, porque le dejarían sin desayuno durante varios días.

Apagó el árbol y salió del salón cerrando la puerta tras él. Esa noche no vería la televisión, tenía que dormirse pronto para que vinieran los Reyes Magos.

Obituario

  Lo vio en la edición digital del periódico local, su fotografía de al menos veinte años antes y a su lado la palabra obituario. No había d...