Por favor, sea breve, dijo… pero la urgencia de sus palabras no disimulaba el miedo agazapado en sus ojos.
Temía que la persona que acababa de entrar en su despacho fuera la misma que lo había llamado hacía seis años y le había dicho: “Algún día, a esta hora, te mataré”. La llamada se reproducía cada día desde entonces y desde entonces su vida sólo era la espera entre dos llamadas. El timbre del teléfono atronó el despacho. El alivio dibujó en su rostro una sonrisa tan fugaz como el resplandor del cuchillo antes de hundirse en su esternón.
viernes, 18 de mayo de 2012
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