Hacía varias semanas que había comenzado a escanear las fotografías
antiguas. Era una tarea ingente y que no tenía la seguridad de terminar,
no tanto por su volumen, como porque no estaba seguro de que valiera la
pena hacerlo, aunque intentaba darse ánimos con la idea de que a sus
nietos les haría ilusión que les regalara un dvd con todas las
fotografías, en las que podrían ver a sus padres de niños y de jóvenes,
antes de que ellos hubieran nacido.
Cogió la siguiente fotografía del montón
que tenía a su izquierda, sin mirarla, la puso en el escáner y con el
ratón inició la operación. En unos segundos la imagen estaba en la
pantalla: el hotel en el que había veraneado con sus padres hasta que
cumplió los diez y ocho años.
Sus
pensamientos volaron hasta el verano de sus diez y seis años y se
encontraron de nuevo con Lucía. Si estuviese viendo la imagen, ésta se
habría nublado con las lágrimas que llenaron sus ojos, pero no estaba
mirando la pantalla y en su cerebro lo veía todo completamente nítido.
Lucía
lo había deslumbrado con sus hermosos ojos grises, sus dientes
perfectos que se mostraban tras la eterna sonrisa que adornaba su cara y
la voz dulce con la que, al final de aquel larguísimo verano, le dijo
que le quería.
Aurelio
nunca llegó a comprender lo que ocurrió después. De regreso en Madrid,
la llamó ese mismo día por la noche y se encontró con que el número
estaba equivocado. «¡Cómo se podía ser tan tonto!», se reprochó. Decidió
esperar un par de días para ver si le llamaba ella. Al tercer día,
desesperado y temiendo que ella creyese que él no tenía interés en
volver a verla, llamó al hotel. Con la excusa de que tenía que
devolverle un libro que le había prestado, convenció al recepcionista
para que le diera su número de teléfono, pero éste, después de unos
segundos de interminable espera, le dijo que en la ficha de los clientes
no constaba ningún número de teléfono.
Las
semanas fueron pasando y Aurelio se resignó a no volver a ver a Lucía.
Pero, llegó el verano siguiente y regresó de nuevo con sus padres al
hotel y también regresó la ilusión de volver a verla. Lo primero que
hizo nada más llegar fue preguntar en recepción si estaban alojados los
padres de Lucía. Sus esperanzas se desvanecieron cuando el empleado le
dijo que no estaban y que ni siquiera tenían reserva.
Los
dos meses en el hotel los dedicó a alimentar la tristeza que le
producía el recuerdo de Lucía y todos y cada uno de los momentos vividos
con ella el año anterior.
Aunque
entonces él no lo sabía, ese fue su último verano en aquel hotel y
ahora, al recordarlo, pensó que, en realidad, había sido el último
verano de su vida.
Ernesto Valfer
Este relato se publicó el 2 de mayo de 2014 en Letras Inquietas
La fotografía fue publicada en Twitter por @BEAUTIFULPlCS: Picturesque. pic.twitter.com/jhmNdfW018)
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